El transfuguismo y la crisis de representación
- Natalia Aguilar Fernández
- 5 ago
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Hablando con un amigo sobre la -lamentable- situación política ya no del país, de nuestro estado, me dijo: “¿Sabes cuál es el problema? ¡Los chapulines!” …
En mi tesis de Maestría hablé sobre la crisis de representación que atraviesan las democracias representativas y parte de mi hipótesis fue que “la crisis de representación es un fenómeno que crea grietas o fisuras en la democracia representativa (…)”.
Sostengo que la crisis de representación no se debe a uno, sino a varios factores, siendo uno de esos el transfuguismo.
Pero ¿qué es el transfuguismo y porqué ocasiona crisis de representación?
El transfuguismo es, lo que coloquialmente conocemos como “chapulineo”, ese salto, reprochable, que hacen los políticos de un partido a otro.
Parecería que sólo se trata de un número importante de políticos incongruentes que persiguen únicamente sus intereses personales, que buscan el poder por el poder y que cuando no lo obtienen en el partido en el que militaban, migran a otro que les concede esas posiciones de poder que reclamaban.
Pero el problema no se queda ahí, por eso es importante mencionar que la crisis de representación es aquella que surge de la relación entre gobernantes y gobernados o representantes y representados, misma que comienza con una falta de claridad por parte del ciudadano respecto de quién es la persona encargada de representarlo y de resolver aquellas exigencias o problemas que surgen dentro de la sociedad.
En términos sencillos podría definirse como la desconfianza o la desafección que surge o que existe entre ciudadanos y gobernantes.
Josep Ma. Reniu Vilamala, autor del capítulo octavo de la obra El debate de la crisis de representación política editada por Antonio J. Porras señala que uno de los motivos que da origen a la tensa relación entre representado y representante, es el incumplimiento de este último con respecto a los intereses del primero, mismos que lo llevaron a elegirlo y confiar en que lo representaría.
El mismo autor sostiene que el transfuguismo “adquiere su más amplia significación” cuando el representante “opta por desvirtuar su designación pasando a formar parte de un grupo distinto al que lo presentó a la elección”; por ende, contribuye a la crisis de representación política puesto que la ciudadanía se sentirá “traicionada” y poco representada en dos momentos: primero, en la falta de rendición de cuentas por parte del representante y en segundo lugar cuando al momento del siguiente proceso electoral, se le ve abanderando un partido político diferente.
Siguiendo a Reniu Vilamala, hay que apuntar que el transfuguismo sólo se puede llevar a cabo en un sistema multipartidista, pues apunta que en los sistemas bipartidistas no se considera transfuguismo, sino solamente un cambio.
En este sentido, lo más lógico sería que el tránsfuga migrara a un partido diferente pero cercano ideológicamente; sin embargo, en nuestro país se ha comprobado que no existe ninguna lógica para el transfuguismo, pues hemos sido testigos de casos de “chapulineo” que pensábamos imposibles.
A esto se le puede añadir, que en la mayoría de los casos esos transfuguismos tienen lugar inmediatamente después de que el político no hubiese conseguido el respaldo por parte de su partido para obtener un cargo de elección popular, lo que a todas luces constituye una demostración de que en la mayoría de los casos, se colocan los intereses personales antes que los colectivos y que al no verse satisfechos esos intereses, abandonan su partido.
Pero ¿porqué le damos tanta importancia al transfuguismo?
Para explicar esto, el mismo Reniu Vilamala expone una serie de preguntas que debieran tener respuesta para explicar o en su caso, justificar el fenómeno del transfuguismo, pero la que más interesa es la siguiente: ¿puede la democracia vivir con tránsfugas en su seno? y al respecto cita al politólogo español Juan Carlos Monedero, en su obra De la representación como trasunto de poder, el orden y la legitimidad, cuando señala que “el transfuguismo puede ser para el cuerpo político como la fiebre para el cuerpo humano: una advertencia de que tal cuerpo está enfermo”
El citado autor enuncia tres consecuencias derivadas de este fenómeno; en primer lugar sostiene que estas conductas derivan en el “falseamiento de la representación, tanto en su sentido político estricto como en el de la representatividad de las decisiones adoptadas por el gobierno”.
Esto afecta al ciudadano, como expone el autor, en tanto que se siente “estafado políticamente” pues la expresión de su voluntad política se ha visto modificada sin su intervención; entonces surge ese sentimiento de desafección entre la ciudadanía y los representantes, y por ende, la crisis de representación.
Afirma que el transfuguismo genera un debilitamiento en los partidos políticos y cobra especial importancia, en el entendido de que una solución o antídoto para la crisis de representación es el fortalecimiento institucional y son precisamente los partidos políticos una de las instituciones más importantes dentro de una democracia.
Por último, menciona a la corrupción como una de las consecuencias del transfuguismo que a su vez afecta a la representación política, en tanto que “las escasas (por no decir nulas) medidas adoptadas por la clase política respecto a la prevención del transfuguismo, favorece a su vez el proceso de debilitamiento de la credibilidad de la elite política ante la ciudadanía”.
De lo anterior se rescatan dos puntos importantes, en primer lugar la idea de corrupción que genera el transfuguismo y en segundo lugar, la inexistencia de medidas por parte de la clase política para prevenirlo; ambas situaciones, tanto la corrupción o la idea de corrupción, como la falta de medidas que eviten el transfuguismo, afectan e incrementan la crisis de representación política.
El doctor en filosofía Hugo Quiroga, refiere que una de las complejidades que rodean a la democracia se encuentra precisamente en los actores de esta y puntualiza que el problema está en los actores que la encarnan y dan contenido a la acción política, porque sus dirigentes, más preocupados por permanecer en el poder que por el “buen gobierno”, y los ciudadanos en sus justos reclamos de derechos, olvidan sus obligaciones cívicas.
Habiendo expuesto lo anterior, como primera conclusión podemos afirmar que el transfuguismo efectivamente afecta a la democracia, pues genera crisis de representación, crea animadversión entre ciudadanos y políticos, que a su vez, provoca un desinterés del ciudadano por los asuntos públicos de su ciudad, estado o país; resultando en una participación ciudadana cada vez más baja, lo cual afecta considerablemente a una democracia.
La pregunta obligada es ¿tiene solución el transfuguismo?
Considero que se trata, en primer lugar, de una cuestión de valores, empezando con el valor de la congruencia, tan importante en la actividad política y tan poco común en estos tiempos.
Es incongruente aquella persona que habiendo adoptado una ideología partidista, habiendo representado y defendido unos colores en la tribuna, se le ve de pronto vistiendo otros colores, argumentando que el partido en el que antes militaba “ya no representa los intereses del pueblo” aunado a un: “y prefiero unirme a un proyecto que sí lo haga”.
Pues todos sabemos que el verdadero interés del tránsfuga es la permanencia en el poder y se va por un interés personal, por la promesa de una candidatura que en su antiguo partido no pudo conseguir.
Es cierto, que se podría argumentar que no siempre es culpa de la persona sino del partido, porque “ya no hay apertura”, pero creo que los casos en los que se le puede atribuir la culpa a la dirigencia de un partido político, son los menos.
Ziblatt y Levitsky en su obra Cómo mueren las democracias, sostienen que la democracia es un “trabajo extenuante” pues exige “negociación, compromiso y concesiones. Los reveses son inevitables y las victorias siempre parciales”, agregan que “si bien estas limitaciones frustran a todos los políticos, los demócratas saben que no les queda más remedio que aceptarlas (…)” y mencionan que a diferencia de los demócratas, para los “recién llegados, sobre todo aquéllos con tendencia a la demagogia, la política democrática resulta con frecuencia intolerablemente frustrante”.
En este sentido, me atrevo a hacer una comparación con lo que sostienen dichos autores, pues considero que a los políticos que van de un partido a otro, también podríamos llamarles “recién llegados” y aunque no podría afirmar que todos esos “recién llegados” (chapulines) tienden a la demagogia, sí puedo afirmar y concluir que son inevitablemente antidemócratas, puesto que no aceptan las limitaciones intrínsecas de la democracia.
De manera que, sí, uno de los principales problemas de nuestra democracia representativa es el “chapulineo”.
Por último, mencioné con anterioridad, que la teoría nos demuestra que el transfuguismo genera crisis de representación, sin embargo, lo triste es que en la práctica el tránsfuga sigue beneficiándose de los resultados electorales.
Quizá la solución para acabar con el transfuguismo esté en nosotros los ciudadanos, pero ese será tema de otra entrega.
*Es abogada y Maestra en Acción Política, Fortalecimiento Institucional y Participación Ciudadana en el Estado de Derecho por la Universidad Francisco de Vitoria, España.
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